14/12/10

"Le estoy ayu­dando a matar a mi papá..."



Sebastián y sus cinco años han dibujado en un hoja amarilla tres siluetas.

– ¿Quién es él?, le pregunta la profesora de preescolar.
– Es mi papá matando a otro señor...
– ¿Y éste quién es?
– Ése soy yo y le estoy ayu­dando a matar a mi papá...
Los trazos de Sebastián calcan mucho de lo que pasa en la colonia México 68, al poniente de Ciudad Juárez.
En el patio de un kínder, donde en octubre pasado fue colocada una manta que amenazaba con el exterminio de 300 mafiosos, una profesora me cuenta: "Muchos de los niños que tenemos aquí son agresivos; pelean y reflejan ansiedad. La mitad de la México 68 está trepada sobre una lo ma, con calles empinadas y capeadas con tierra".
"Mire –me dice dirigiendo la mirada a un niño que come en solitario una torta–, él vio cómo mataban a un vecino y ahora tiene problemas para hablar".

"Muchos de estos niños han presenciado crímenes, vandalismo y pandillas. Algunos tienen papás sicarios o vendedores de drogas".
La profesora, que es pe queñita con un cuerpo que parece metido en una muchacha de 15 años, remata:
"A veces juegan a ser soldados y sicarios. Hace unos días uno de ellos le dijo a otro compañero: ‘Culero, vamos a tomarnos unos tequilas...’
"La semana pasada estábamos en clase y les pregunté qué querían ser de grandes. Los niños alzaban la mano y hubo quien me dijo:’yo cuando sea grande, quiero ser como mi papá y matar gente’.
Caminamos hacia un extremo del patio de juegos del kínder y un ventarrón frío me recuerda que en estos días el sol baja la cortina más temprano.
II.-
A las seis de la tarde Juárez se queda a oscuras. Dos niños pasan corriendo, rodando una llanta vieja. La maestra cuenta que algunos de los alumnos le dicen que sus papás roban porque no tienen trabajo.
He oído también –comen ta– que sus personajes de juegos son soldados o pistoleros. "¡Yo cuando sea grande voy a usar pistola!", dijo uno de ellos.
En el mismo kínder, otra profesora que ha pedido no nombrarla ante el miedo de una sanción de los Servicios Educativos del estado de Chihuahua, que les ordenó no hablar de la violencia, se pregunta: "¿Qué futuro les es pera a ellos? ¿Sabe que varios niños no manifiestan amistad?" Y de coraje suelta: "¡Es tos niños dicen que quieren irse a la maquila o aspiran a ser cholos!”.
– ¿Cuál es la característica principal que detecta en los niños de este kínder?, le insisto.
– Que son insensibles. Las cosas malas, no son ma las para ellos. ¿Se imagina a un niño jugando a ser federal y diciendo te voy a matar?
Me tocó tener un niño en el salón que tenía miedo al oír los helicópteros y cuan do le pregunté a su mamá por qué le pasaba eso, ella me dijo que a su papá lo anduvieron buscando los federales en helicóptero y cuando su hijo los veía pasar decía: "ya andan buscando a mi papá".
III.-
Hace tiempo que palabras como federales, sicarios y soldados, en Juárez, están en el vocabulario de miles de fa milias.
Sobre la avenida Paseo Triunfo de la República, dos camionetas de agentes federales entran a un centro comercial. Un rechinido de llantas de automóvil basta para que su posición cambie. Brincan de la camioneta y apuntan sus armas hacia atrás. Pero no es nadie. Sólo un sonido y una conductora, que, temerosa, se agacha ante la reacción.
La tensión de los casi cinco mil agentes federales que han sido enviados a Juárez no es gratuita.

El 15 de julio de 2010 un coche-bomba, ar mado por un grupo de narcotraficantes mexicanos conocidos como La Línea, explotó en el centro de Juárez y mató a dos policías federales, un municipal y un doctor.
La reacción de ese cártel tenía un origen, la captura de uno de sus jefes llamado Jesús Armando Acosta, El 35.
En este año, en Ciudad Juárez han muerto 11 agentes federales y 10 han quedado heridos. La presencia de los uniformados ha enfrentado las conciencias de muchos juarenses.
"Cuando llegaron, la gen te los vio bien. Pero después comenzaron las extorsiones y abusos. A muchas familias les quitaron sus coches, argumentando que eran ilegales y les pedían dinero por devolvérselos. Por eso la gente aho ra los ve con desconfianza", me dice la señora Araceli en la colonia Aztecas.
En abril de 2010, una fuente oficial mexicana reveló que 10 de sus agentes federales habían sido detenidos, acusados de extorsionar a comerciantes de productos piratas, a los que pedían hasta cuatro mil dólares para no quitarles su mercancía y que pudieran seguir vendiendo.



La maestra de la colonia México 68 me da otra pista. Un grupo de profesoras de la Universidad Pedagógica Na cional, levantó la alfombra para saber qué está provocando el comportamiento violento de algunos niños de kínder en colonias de Juárez.

Una de las profesoras que encabezó la investigación platica que los casos se comenzaron a detectar hace cuatro años.

– Ahora podemos ver que los niños están incorporando a su vida lo que ven en la ciudad: camiones del Ejército, federales, soldados y papás que delinquen.

– Lo que nos alarmó es que los niños han cambiando sus juegos tradicionales. Juegan a ser sicarios y convierten los juguetes en metralletas y pistolas. Tenemos que decirles que una pistola es para dañar a otra persona.
Pero los medios nos ganan; lo que oyen en las noticias nos gana...
La violencia –dice– es parte de su generación: ellos crecen con ella. Los niños tienen terror a algunos sonidos; al momento de oír sonidos fuertes piensan que es una descarga de balas. Hay muchos niños que se quedan con adormecimiento. Como no saber actuar o qué hacer.
– ¿Cómo puede salir Juárez de esto?, le pregunto.
– Tratando de unir nuevamente a la familia. Porque esos niños, cuando crezcan y tengan 12 ó 13 años, no tendrán suficientes juicios morales y la delgada línea entre el bien y el mal, la cruzarán pronto.
V.-
A unos dos kilómetros de ahí, en un negocio de tortillas de harina, Carmen, –sin apellido por su seguridad– ha dejado a sus tres hijos en casa.
Enviudó hace casi un año. A su marido lo asesinaron cuando reparaba su automóvil. “Los que lo mataron an dan ahí sueltos”, me dice y sirve un café nigérrimo.
Ahora tiene que vender burritos de 10 pesos en las cercanías del puente internacional que conecta con El Paso, Texas.
Según datos de la asociación local de maquiladoras, la violencia en Juárez ha dejado, al menos, 10 mil huérfanos. El Gobierno mexicano no tiene una cifra oficial al respecto.
VI.
Pero a las maestras de kínder no sólo les preocupa la imitación de la violencia por parte de los niños; también les inquieta los que vienen en camino. Uno de ellos, todavía no nace. Lo trae Abril Alvarado en su vientre. Ambos viven en la cárcel municipal de Juárez.
–Tengo dos meses embarazada, dice Abril mientras pega engrudo sobre una piñata, que en los próximos días quebrará con sus compañeras de celda.
Ésta es la segunda vez que es madre; el papá de su primer hijo fue miembro de la banda de Los Aztecas, pero murió en un enfrentamiento con agentes federales. Abril asegura que su pareja estaba en el tráfico de drogas.
Los Aztecas –según el Buró Federal de Investigación (FBI), es una pandilla que ha hecho alianzas con cárteles mexicanos. Tendría más de 10 mil miembros y viven en ambos lados de la frontera entre Ciudad Juárez y El Paso, Texas.
El FBI dice que controlan los centros de distribución de droga al menudeo y las cárceles en el lado mexicano. También son sicarios por en cargo.
Abril dice: "Sí, él (el padre de su primer hijo) era Azteca”. En su segundo embarazo, su hijo tendrá otro papá: un vecino de cárcel de Abril, que también está preso por traficar.
– Aquí todo es bien tranquilo; tenemos muchos privilegios, expresa mientras presume que también hace rosas de papel de colores y que las venden afuera de la cárcel.

Y de pronto –ante la mirada de sorpresa de Héctor Conde, el vocero de la prisión que acompaña la visita– aclara que los privilegios son para estudiar, trabajar o superarse al interior de ese penal.
Abril dice que tiene menos de 30 años, pero su cuerpo parece de más de 40.

– ¿Y por qué está presa?
– Porque me agarraron con 40 chinches de heroína...
Abril se marcha hacia los dormitorios y no vuelvo a verla durante esa mañana.

VI.-
Horas después, fuera de la cárcel, me reúno con la profesora Dora María Perchez Nevares, maestra de la Universidad Pedagógica Nacional, con muchos años de experiencia en el manejo de niños de preescolar.
Cuenta: "En una ocasión estábamos en la hora del recreo y, de repente, unos niños vinieron a decirnos que tenían a unos niños que en la parte de atrás del jardín estaban jugando a los sicarios. Estaban atados de pies y manos. Les preguntamos cómo hiciste esto, pero los niños se asustaron y quedaron callados..."
Días después de la conver sación con las profesoras, un grupo de pandilleros incendió un jardín de niños en la colonia San Antonio, porque, supuestamente, no habían pagado la cuota que les exigían los extorsionadores.
La profesora me lleva hasta una barda en la avenida Paseo de la República.
Hay un dibujo de un niño y la frase: "Quiero paz, no pistola". Los trazos los firma Irvin Gustavo Mata.
La maestra Dora mira a un lado el dibujo y me dice: “Si no hacemos algo, los niños de Juárez serán los próximos sicarios”.

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